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El 27 de septiembre de 1960, el presidente Adolfo López Mateos nacionalizó la industria eléctrica, a fin de aumentar el nivel de electrificación en el país.
“Sólo un traidor entrega a su país a los extranjeros… especular sobre la propiedad exclusiva y a perpetuidad de nuestros recursos energéticos es traición a la patria”, afirmó en un discurso triunfal el presidente Adolfo López Mateos, hace 62 años.
Debido a la mala distribución de la energía eléctrica en el país, el presidente López Mateos decide tomar cartas en el asunto y trata de resolver el problema, planeaba expropiar las compañías extranjeras que abastecían la electricidad pero su secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, sugirió explorar otras opciones, porque una medida así de radical sería mal recibida en el entorno político y financiero internacional, habría parecido que México seguía el ejemplo de Cuba. Tomando en cuenta lo anterior, López Mateos ordenó a Ortiz Mena que le presentara un plan de acción, el cual tendría como corolario la reforma constitucional pertinente que asegurara a la nación la atribución exclusiva de generar y distribuir el fluido eléctrico.
Después de estudiar la situación, Antonio Ortiz Mena, con sus colaboradores de la secretaría y con la ayuda de los funcionarios del Banco de México, encontró la solución: “mexicanizar” la industria eléctrica mediante el sencillo, limpio y pacífico procedimiento de comprar y adquirir para el Estado mexicano a las empresas que la suministraban.
En ese momento, 1960, en México la electricidad era abastecida a través de dos sistemas: el público, a cargo de un ente gubernamental, la Comisión Federal de Electricidad, que tenía a su cargo llevar el servicio a las áreas rurales y a las zonas más apartadas donde por razones de costo y poco rendimiento las compañías extranjeras no incursionaron; y el privado, en el que destacaban dos grandes corporaciones extranjeras: la Impulsora de Empresas Eléctricas, que distribuía electricidad en la zona norte del país, y la Compañía de Luz y Fuerza Motriz, que hacía lo mismo en el centro y el sur.
En ambos casos, los reclamos eran los mismos, pues, por una parte, en efecto, el gobierno mexicano no autorizaba incrementos de las tarifas desde hacía varios años y por eso las mismas corporaciones argumentaban que les era imposible realizar nuevas inversiones y expandirse a otras áreas geográficas. De ahí parte la idea de comprar dichas industrias y el presidente autorizó a Ortiz Mena para que de inmediato la ejecutara. Mena inició la operación reuniéndose con los círculos financieros más influyentes y poderosos del mundo, con banqueros internacionales, con los organismos crediticios para el desarrollo, con las agrupaciones de empresarios estadounidenses, etc. Los convenció con un argumento definitivo: México no establecía una política “socialista”; al contrario, seguía a pie juntillas el ejemplo de los grandes países capitalistas.
A finales de agosto de 1960 la operación de compra de las empresas eléctricas estaba terminada por lo que el 1° de septiembre del mismo año, el presidente Adolfo López Mateos informó al Congreso de la Unión el resultado de la mexicanización de la industria eléctrica. Las palabras textuales que empleó al dar a conocer este proceso fueron las siguientes: “No puedo ocultar la emoción de mexicano y de gobernante al anunciar que, con la compra de las empresas eléctricas y la reforma constitucional que propondré, la nación será la única propietaria de una fuente de energía vital para su futuro desarrollo”. Ese mismo día presentó la iniciativa de reforma para adicionar al artículo 27 de la Constitución este párrafo: “Corresponde exclusivamente a la nación generar, conducir, transformar, distribuir y abastecer energía eléctrica que tenga por objeto la prestación de servicio público”. Impecable tanto en la explicación del procedimiento como en los motivos de su propuesta, López Mateos ya había conseguido un lugar en la historia.
El 27 de septiembre de 1960, después de que por la mañana el secretario de Hacienda, Antonio Ortiz Mena, izara la bandera nacional en el edificio de la Compañía de Luz y Fuerza, tomando posesión de ella, en el zócalo capitalino desde el balcón central del palacio nacional, ante miles de obreros congregados por la Confederación de Trabajadores de México, el presidente Adolfo López Mateos pronunció un discurso flamígero, con esa fuerza y esa elocuencia que lo caracterizaba. El presidente había transformado la realidad y cambió la historia de México.
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