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Por: Alejandro García Rueda
México is ALT-RIGHT Integrado mayoritariamente por jóvenes nativos digitales, por nómadas que saben desenvolverse en las redes sociales, un complejo movimiento político irrumpe en diversas latitudes del mundo. Con un discurso provocador -y siendo siempre la víctima- planta la cara a todo lo que pone en riesgo el establishment; genera una polarización amplia y es capaz de complicar las cosas en términos de gobernabilidad. El movimiento de la alt-right (derecha alternativa) lleva años en auge y sí, pone en riesgo los cimientos de la democracia, pero el cerrar los ojos ante tal fenómeno, hacer como si no existiera o despreciar a sus seguidores no hará que desaparezca. Para este movimiento, que recorre virulentamente el mundo, la gente es un arma política, un capital o en su defecto, un legado y da grandes lecciones a quien está dispuesto a aprender. Sus líderes, ideólogos y partidarios saben cómo trasladar su mensaje y cómo entregarlo a una audiencia cada vez mayor, pero sin quererlo le están enseñando al adversario a hacerlo mejor. En la autopista de los hechos, la administración federal mexicana, cuya energía reside en el presidente, ha rebasado al adversario por la izquierda. Lo ha logrado con las estrategemas de los "expertos" pues cuando no existe un enemigo en el interior, lo encuentra en el exterior. Los partidarios de la Alt-Right son el pueblo ¿y el resto? Nada más y nada menos que el enemigo. Así de fácil y sencillo. La narrativa de la derecha no funciona porque hay alguien que ya utiliza un lenguaje directo, sencillo y con adjetivos suficientes para llamar la atención: "corruptos", "fifís", "conservadores"… así es como se consigue ahora que quienes lo ven escandaloso también hagan eco de lo que se dice o hace desde Palacio Nacional. No le hace falta humillar, pero sí provocar que ciertas cosas sucedan. Por ello trasgrede los límites, logra notoriedad y, como sea, memorabilidad. Ya sea por un
ataque excesivo o mera incorrección política, soluciona el asunto apelando al sentido del humor, pero también ubicando no solo al mandatario sino al pueblo como las víctimas de grandes agravios. Tenemos a un presidente como pocos, que sabe de nacionalismo, toma referencias de próceres de la libertad y se opone a los conservadores arropado por gente con valores muy específicos. No comunica igual que la derecha pero tampoco como lo haría la izquierda tradicional porque no se limita a aceptar las reglas y participar en el juego democrático. Por lo menos desde 2006 ha recogido necesidades insatisfechas y las ha unificado. No le importa ser retratado como el Emperador Palpatine (personaje de Star Wars) porque lleva tanto tiempo intentando llegar, porque lleva años encabezando un movimiento, que puede ganar en términos de credibilidad. Han sido constantes los embates y la beligerancia del bloque opositor, pero no se ha entendido en ninguna de las facciones que lo integra que no se logra nada atacar directamente al presidente, despreciar a sus votantes o tratarles como idiotas. La gente ha perdido la confianza en la política y hay que ayudarle a encontrarla predicando con el ejemplo, manteniendo su agenda pero con ideas innovadoras y apegados a una cultura como la millenial que ya no se ve en la obligación de utilizar corset. Es generando consensos que realmente se le pone un freno al polo opuesto y es así como la gente encuentra esa confianza y esa certidumbre que pide a gritos que le devuelvan.
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