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Actualizado: 2 ago 2022
El show tiene que continuar
Hace unos días se desmontó en España un supuesto escándalo de corrupción en el que involucraron al líder de Podemos, partido político de izquierda y al presidente de Venezuela.
Tanto la documentación presentada para acreditar los hechos como los datos publicados por OK diario digital español, resultaron ser falsos, pero la verdadera noticia no es que se haya descubierto que esa información fue maquilada desde el gobierno, sino que habrá quien siga retransmitiendo disparates a los cuatro vientos.
En su momento, estos próceres serán capaces de afirmar que no tienen nada que ocultar y ¿sabe qué? cuando lo digan tendrán toda la razón, porque al final del día la realidad estará a la vista de todos. No es una lucha ideológica a la que asistimos, sino una batalla por los privilegios, por el poder de excluir, de aprovecharse e incrementar el amasijo de poder.
Claro, es más fácil cuando el sistema está reorganizado a modo: Los afines ya se ubican en puestos clave y se trabaja en las pruebas. Para entonces ya se tiene un culpable, ya fue emitida una condena y una maquinaria mediática dispuesta a participar activamente. Después de un tiempo importará poco si lo que se dijo era parte de la realidad o no, porque el chiste es desacreditar al adversario. Vaya, ejemplos de ello también los tenemos alrededor de Latinoamérica.
Afortunadamente a Pablo Iglesias le han acusado de recibir dinero del presidente Nicolás Maduro, no de violentar a grupos vulnerables. Dicho de otro modo, le salió barata la factura pero ¿por qué? El político se hubiera visto obligado a pasar muchos años tratando de desmentir la información y su imagen se hubiera desgastado en la búsqueda de fórmulas para resarcir cualquier daño.
No se trata de una mera teoría conspiranóica o apocalíptica. Ahí está a la vista lo que pasó con el entonces presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva, a quien -acorde con el Comité de Derechos Humanos de la ONU- se investigó y enjuició violando derechos como el ser juzgado por un tribunal imparcial, su derecho a la privacidad e incluso sus derechos políticos.
En su momento, Glenn Greenwald, un hombre que sin haber estudiado periodismo ganó un premio Pulitzer (el mayor reconocimiento periodístico en Estados Unidos) publicó unos antiguos chats en los que participaban el juez Sergio Moro y los fiscales del caso Lava Jato, uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia de Brasil por el que el ex mandatario terminó preso. De ser un rockstar que aparecía en un sinfín de publicaciones como paladín de la justicia, el juez, promovido a ministro, pasó a ser el enemigo público, pues en esos diálogos, Moro dio aparentemente información estratégica a los fiscales sobre la manera en que tendría que llevarse el proceso, algo prohibido por la legislación carioca. La guerra jurídica en contra de Lula comenzó con el juicio político a Dilma Rousseff, la sucesora del oriundo de Vargem Grande y continuó con la salida a la luz del caso Lava Jato, cuyo objetivo, según la politóloga Arantxa Tirado, era perseguir al ex mandatario y evitar que volviera a presentarse a las elecciones.
En nuestra política hemos visto a "luchadores incansables contra la politización de la justicia" que hacen todo lo contrario, pero ojo que de lo que se trata es de armar un caso que genere consensos. Si hay algo verdaderamente legítimo por lo cual luchar es justamente la corrupción. Así es como diversos frentes le ponen zancadillas a lo que puede significar un golpe a sus intereses.
El tratamiento de casos como los de Lula e Iglesias en la prensa es escandaloso, pero también se trata de un intento de respuesta por parte de ciertos grupos para intervenir sin estar tan expuestos al rechazo de la opinión pública.
Existen medios de información que sin tener la mínima duda dan por hecho la culpabilidad de una persona, que entran en la refriega del golpeteo mediático poniéndose la camiseta de sucursales del Ministerio Público o de la propia Fiscalía General de la República y que cuando se da un dictamen oficial diametralmente distinto no dan la misma cobertura que a todo lo demás. Hay medios, plenamente identificados que son utilizados como un arma de destrucción masiva de reputaciones; sin embargo la buena noticia es que hay otros ecosistemas mediáticos capaces de dar una cobertura mayor y más equilibrada. Basta leer los titulares para darse cuenta del enfoque de la noticia, para reconocer quién queda como víctima o victimario y para descubrir si se revela el origen de cualquier chismorreo de Estado. La última palabra no es la de los medios, tampoco es la de la clase política que está "en la parte de arriba" sino la que proviene desde el clamor "de los de abajo" porque es ahí donde se ejerce mayor presión.
Y es que hay un lujo que México no puede darse: No contar con una representación que ponga freno a este tipo de argucias. Claro, expresarse en las redes sociales cuenta, pero se logra más fuera de ellas porque el poder tiene tentáculos y éstos llegan a los bolsillos. El tener buena representación es el primer paso hacia una dirección diferente, en la que si se publica una noticia falsa y se añaden declaraciones del afectado haya algo más por hacer que decir a los cuatro vientos que todo está bien. No lo está.
Una vez desmontado todo enredo... entonces sí, el show tiene que continuar.
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