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DE LAS NOTAS DEL CORTADOR


Con fuertes calores característicos de mayo en las fincas, los cortadores ven con gratitud y emoción que las matas de café ya empiezan a florear de nuevo en algunas zonas. “La madre Tierra es generosa y hay que tratarla con cariño”. Uno de los jornaleros aprovechando el comentario, cuestiona al veterano sabio de las fincas: “Abuelo, ya que hablas de la madre, ¿de dónde viene la celebración del Día de las Madres?... A lo que el viejo sibilino, hermético y esotérico de las laderas, con tono ceremonioso y elocuente, se arranca con su panegírica retórica:


“El Día de la Madre se celebra desde tiempos inmemoriales. Desde el Antiguo Egipto, donde se veneraba a la diosa Isis, conocida como la ‘Gran Diosa Madre’. Luego, Grecia siguió siglos después con esta tradición y tenían una diosa conocida como ‘Rea’ a la que consideraban la madre de todos los dioses del Olimpo. Cuando los romanos adoptaron esta celebración, la llamaron La Hilaria y la loaban en marzo en el templo de Cibeles con ceremonias que duraban tres días. Luego, los primeros cristianos transformaron estas celebraciones en honor a la Virgen María, madre de Jesús. Posteriormente, en la Inglaterra del siglo XVII, tenía lugar una celebración similar dedicada a la virgen que se denominaba Domingo de las Madres, en la que los niños iban a misa y daban regalos a sus madres. En Estados Unidos, la celebración se origina hacia 1872, cuando Julia Ward Howe, autora del Himno de batalla de la República, comenzó celebrando encuentros por el Día de la Madre. En 1905, Ana Jarvis logró que se dedicara al Día de la Madre el segundo domingo de mayo. Aquí en México, festejar a mamá se volvió tradición en 1922 por iniciativa de Rafael Alducin, que en ese entonces dirigía el periódico Excélsior. El periodista aprovechó el medio para convocar y adoptar el Día de la Madres.


Pero independientemente del origen o de la historia, honrar a la madre es honrar a la vida y la creación. Nuestras madres serán por siempre la representación del amor más puro, sublime e incondicional que el Creador nos otorgó. Desde el vientre, nuestro corazón y el de ellas laten al mismo tiempo y cuando por primera vez vemos la luz, sus lágrimas y su sonrisa iluminan la llegada de quien será por siempre su razón de existir. A una madre no le importa el infortunio cuando se trata de sacar adelante a sus hijos, pues le sobra fuerza y valentía para defenderlos. Es capaz de todo por verlos felices y protegidos. Se abstiene de poner pan en su boca por dárselo a sus hijos y apoyarlos aun cuando el mundo les haya dado la espalda.


Así son ellas, su amor no conoce límites ni dificultades cuando se trata de los suyos. Los hijos crecerán y partirán pero mamá siempre los llevará en su corazón, y aun cuando se marche para siempre de este mundo, nuestros espíritus percibirán sin lugar a dudas que cuidan de nosotros, desde otros planos. Para estos ángeles que llamamos ‘mamá’ siempre seremos sus pequeños, no importa qué edad tengamos y nunca habrá una acción mala de nuestra parte, simplemente será una travesura más. Incluso aquellas que aunque que no tuvieron hijos, son verdaderas madres brindando al máximo ese amor capaz de transformar cualquier espíritu. Destacan aquellas que se convierten en madres de sus nietos y los educan y aman tanto como a sus propios hijos. Todas son mujeres únicas e incomparables que llevan en su alma parte de nuestra vida, y merecen ser llamadas ángeles del cielo.


De corazón reconocemos que una madre tiene algo de Dios por la inmensidad de su amor, y mucho de ángel por la incansable solicitud de sus cuidados. Es una mujer que siendo joven, tiene la reflexión de una anciana y en la vejez trabaja con el vigor de la juventud. Una mujer, que si no tuvo una educación, descubre con más acierto y juicio que cualquier sabio, los secretos de la vida, y si es instruida se acomoda a la simplicidad de los niños. Es una mujer, que siendo pobre, se satisface con los que ama, y siendo rica, daría con gusto sus tesoros por no sufrir en su corazón la herida de la ingratitud. Es una mujer que siendo vigorosa, se estremece con el llanto de un niño, y siendo débil se reviste con la bravura de una fiera.


En fin, la Madre lo es TODO; es nuestro consuelo en la tristeza, nuestra esperanza en el dolor, y nuestra fuerza en la debilidad. Es la fuente del amor, de la misericordia, de la conmiseración y del perdón. Se dice que, como Dios no podía estar en todas partes, por eso creó a las madres. Al crearlas les llenó el corazón de amor, de bondad y de ternura, y les dio el privilegio de formar en su vientre a un nuevo ser, por eso son dadoras del milagro de la vida. Por ello, todas, presentes o ausentes, tienen nuestro reconocimiento, admiración, gratitud y amor…”.




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