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De las notas del Cortador

Pasadas las fiestas de los muertos, la atención en esta zona se centra en la cosecha de café que ya está iniciando. En las tierras más bajas ya hay pepena y el ambiente en el campo, como cada año, se torna festivo y dinámico. Las matas de café empiezan a tomar un color amarillento y rojizo, y hasta se doblan por el peso de la prominente carga que es considerada como bendición en esta temporada.

El viejo cortador, curtido por el tiempo y el trabajo, testigo de muchas cosechas y ferviente defensor de los cafetales, disfruta la tarde arrebolada de otoño, haciendo digestión con un tradicional “burrito” con anís, luego de la opípara tamaliza de deliciosa variedad de sabores recalentados al comal de barro con leña. Uno de los bisnietos, enfrascado en una actividad escolar, le pregunta al sabio filósofo de los montes, sobre la expresión ampliamente difundida, pero desconocida en su origen y menos comprendida: abuelo, ¿de dónde viene la expresión de “el abogado del diablo”, que de entrada da miedo pero que tiene un profundo significado? A lo que el sofista pragmático y autodidacta, conocedor de los dogmas y los enigmas, y estudioso de los grandes misterios, termina de un sorbo su elixir antibiótico y regenerativo, y se dispone a elucubrar:


“Aunque parezca paradójico, fue la Iglesia católica la que instituyó la figura del abogado del diablo, quien tenía la tarea de garantizar la intachable nobleza y pureza de las figuras que paulatinamente pasarían a formar parte de las distintas instancias de profesión de la fe católica. Es decir los que se convertirían en santos y mártires. Fue Ulrico, Obispo de Augsburgo, el primer santo canonizado, en el 993, por Juan XV. Pero fue el Papa Urbano VIII, el que en 1634, con la Coelestis Hierusalem sentó los procedimientos para la canonización formal, la que encargó a la Sagrada Congregación de la Fe. En el proceso se nombraba a un cura que postulaba la causa del candidato a santo, al que se llamó ‘postulator causa’, y a otro encargado de encontrarle cualquier tacha, al que se le llamó ‘advocatus diaboli’, esto es, “abogado del diablo”, en alusión figurativa de representar los posibles intereses escondidos”.


Ya encarrilado, el viejo zorro de las laderas, vuelve a surtir su vaso con su tónico reconstituyente, y continúa: “El ‘abogado del diablo’ intuitivamente se asocia con quien siempre lleva la contraria, pero la imagen detrás de la metáfora sugiere que quien propone, debe vencer las fuerzas del mal antes de imponer sus criterios, siendo capaz de rebatir cualquier argumento. La institución del advocatus diaboli tenía la tarea de constreñir los procesos de canonización a tal punto que no cupiese duda alguna sobre la probidad y virtud de los hombres y mujeres que ascendieran a los santos altares. También llamado “promotor de la fe”, quien se ocupase de esta función, asumía la responsabilidad de cerciorarse por completo de que todos los propuestos para ser beatificados, canonizados o santificados, no mostraran la menor tachadura moral en su proceder, y que gozaran de tan alta estimación espiritual como para avalar sus causas. Entonces, en los interminables procesos llevados a cabo por los funcionarios religiosos, su tarea consistía en refutar todos los argumentos de aquellos que presentaban las iniciativas que inicialmente eran aceptadas y merecían ser consideradas, pero que sucumbían en su intento al no poder vencer la resistencia que suponía la actuación del abogado del diablo”.


Concluida su incuestionable perorata, el anciano procede a retirarse a sus aposentos, más extenuado por el “burrito” que por la cátedra. Pero al ver la mirada atónita del bisnieto, solo se le escucha decir: “Investiga hijo, investiga. La duda es el principio del conocimiento”…

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