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Hay de mentiras a mentiras y de Políticos a Políticos
– Era profesor y agricultor. Se hacia llamar así mismo “el payo” en referencia al protagonista de una revista de historietas, cuyo personaje era el prototipo de un cámpira fornido y apuesto, valiente defensor de la justicia. Tenía un pequeño rancho a orilla de la carretera federal casi llegando a la cabecera municipal. Decía tener una laguna en la que abundaba la mojarra y su invitación era insistente para que lo acompañara a pescar. Con aspaviento describía el tamaño de los peces, parecen chanclas y casi solos saltan a la orilla, exageraba. Nos fuimos una tarde y me llevé la sorpresa de que no atrapamos nada, ni un charal siquiera, ya de regreso dice: bueno la pesca no se nos dio, pero si quieres en la noche vamos a cazar conejos, hay tantos que te vas tropezando con ellos – ¿verdad hijo? – contesta el muchacho con ese tono y costumbre cuequeña de mutilar las palabras: ¡Acho! Hasta parecen borregos. No dije nada, tan solo pensé “pinto el cochino, pinto el cochinito”. Luego lo supe, el “payo” era bien conocido por su proclividad a decir mentiras.
– Todos le decían ‘el cien’, pero como no tenia confianza para llamarlo así, le pregunte cómo se llamaba, explicando que me gusta hablarle a la persona por su nombre, -dime cien, me contestó, así me conocen todos, mi nombre no me gusta y mi apellido es Disiderio, ¿te imaginas?-. Le dije cien. Cuando se hubo marchado le pregunté a la palomilla la causa del apodo, es por mentiroso, me contestaron, nunca le vayas a creer nada, por eso le dicen ‘el cien’: cien mentiras.
– Mi amigo el albañil también se le reconoce su habilidad para mentir, cuenta unas historias que ni él mismo se las cree. Ahí va una de tantas: Se murió un vecino del pueblo y dice que todas las noches soñaba con él, con toda seriedad lo afirma, comprendí que quería platicar conmigo, estuve pensando cuál sería el lugar indicado para el encuentro y el veinte me cayó pronto; me dije, en su tumba, así que esperé y a las doce de la noche me apersoné en el panteón, me dirigí a su sepultura y le dije aquí estoy, ¿qué quieres decirme?, pero no llegó. Otra idea me llegó repentina y cierta: en su finca. Al día siguiente a las doce de la noche lo estuve esperando en la espesa oscuridad del machón, tampoco llegó, pero dejé de soñarlo. Por supuesto que todo es mentira, ya parece. Pero, en fin, se le reconoce la imaginación.
Todas ellas son mentiras inocuas, que entretienen, divierten y hasta pueden embaucar a algunos ingenuos; nada que ver con el cinismo y la perversidad de muchos políticos que deliberada y sistemáticamente mienten para llegar a un lugar y ya estando ahí, de nueva cuenta mienten. Recuerdo a un “ilustre” Coatepecano, sedicente maestro de la política, por cierto actualmente no se le ve, que sin rubor alguno recomendaba mentir y siempre cerraba su lección con un recordatorio colectivo de las mamás. Hay políticos en cambio que se conducen conforme un código de ética, con un acendrado sentido de empatía que les permite, ya estando en el puesto, regresar con su gente y con su pueblo, políticos que no están dispuestos a todo con tal de llegar y para los cuales el fin no necesariamente justifica los medios.
El daño que actualmente se le causa a México por hacer de la mentira una divisa de uso cotidiano es enorme. Mentir desde la primera magistratura un día sí y el otro también, nos tiene como país al borde del precipicio. Para corroborarlo basta un simple ejercicio de comparación entre lo dicho y lo hecho. Es cierto, la capacidad para embaucar es grande, aunque cada vez menor. No lo olvide, la clave esta en el veintiuno. Los equilibrios y contrapesos son absolutamente indispensables. Hagámoslo por México
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