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Vivir es una experiencia complicada, entre la infinita cantidad de posibilidades. Cada persona vive su vida como puede y como quiere. Entre tantas personas y culturas que influyen, encontrar el camino individual suele ser complicado, sobre todo cuando en una sociedad de niño te dicen una cosa y esto cambia en la vida adulta; o cuando de niño te dicen cosas distintas al mismo tiempo.
En un país predominantemente católico, la mezcla de creencias se pierde ante la gran cantidad de cultura que el país alberga. La celebración del “día de muertos”, de origen prehispánico es decir “antes de la llegada de los españoles a américa”, es una de las más arraigadas en el país y que consiste en la creencia de que las almas de los fallecidos, visitan a sus familias ante la ofrenda ofrecida para ellos. Por el contrario, el catolicismo indica que el alma del difunto, está en el infierno por pecador, o en el purgatorio, o en el cielo, sin oportunidad de regresar al mundo terrenal, por disposición divina hasta “el día de juicio final”.
En el punto en que todos podrían coincidir es que al momento del fallecimiento de un ser querido, siempre hay un dolor profundo que entristece a quienes siguen con vida. El llanto y la tristeza se hacen presentes como representación pura del dolor por quien termina su ciclo.
Este año habrá más fotos en los altares debido a la pandemia por Covid-19, y para quienes perdieron a un ser querido por dicha situación quedará el “si nos hubiéramos cuidado más…”.
A pesar de que el semáforo epidemiológico está en verde en el Estado, se debe tener muy claro que la amenaza aún no pasa y que debemos seguir las medidas preventivas básicas. Aunque no haya autoridades vigilando esto, suficiente sería la larga lista de teocelanos que murieron este año, y que tal vez, pudieron haberse salvado.
Celebrar la visita de los difuntos debería ser un acto de reconocimiento y sano recuerdo de quienes en vida dieron vivencias, que formaron lo que cada persona llega a ser, al igual que la familia que se adopta aunque sea de otra especie.
Triste es cuando, ante la muerte, llega el arrepentimiento de lo no hecho o no dicho en vida, pues ya no hay vuelta atrás para enmendar, por lo menos con esa persona, los asuntos que se aplazaron por años, las ofensas que nunca se supieron como tal y el amor retraído por el motivo que sea.
Si bien es cierto que en estos días se celebra a los difuntos, también debe ser un momento de reflexión por la misma vida y por los actos que se realizan en ella, de cara al mundo que se le dejará a las próximas generaciones, equilibrada con la felicidad con la que se vive. Eso incluye ser un buen ciudadano, que lejos de citar el cumplimiento de los reglamentos que Teocelo tiene y no se cumplen, se debe analizar el nivel de vida que ofrecemos al vecino, al que pasa por la casa y a quien nos observa en nuestro actuar.
Sí, rendir honor a los ausentes recibiéndolos en casa una vez al año es preferible a creer que nunca se les volverá a ver a consecuencia del pecado, sabedores que a la vida se viene a vivir, y ello implica cometer los errores que se tengan que cometer que finalmente forjan a la persona que se llega a ser.
“La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos” Cicerón.
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