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EDITORIAL


Ha iniciado el ciclo escolar 2022-2023 y con ello, la dinámica social que esto conlleva. Desde la familia, la economía, el tráfico, la escuela, la planeación de horarios y recorridos, así como la ilusión de los padres de que sus hijos reciban una educación que les permita una sana formación y un desarrollo profesional a futuro.


Por alguna razón, se percibe que la educación en México es un tema que pasa a segundo término, es decir no es una prioridad. Basta ver lo que el gobierno federal destina como presupuesto para la educación. Solo el 3.1 % del PIB en 2022, el más bajo en la historia, comparado con el pasado sexenio que fue de 4.25. (España arriba del 5% y Chile el 5.43% de acuerdo a datos de la UNESCO).


En México, con reformas educativas enfocadas más a lo laboral que a un programa educativo integral y productivo, con un magisterio cooptado por la federación y con medidas que pareciera que se encaminan más a que los alumnos no aprendan.


Este año la CONAPRED (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación) sorprende al emitir un pronunciamiento en el sentido de que “El regreso a clases presenciales no debe tener restricciones a los derechos a la educación y al libre desarrollo de la personalidad de las niñas, niños y adolescentes por dejarse crecer su cabello o pintárselo de algún color. Hacemos un llamado a respetarlos”.


Entonces, desde la SEGOB y la Secretaría de EDUCACIÓN Pública, se promueve extinguir (o mandar al carajo) la disciplina, el respeto, el orden y la decencia. Permitiendo que los alumnos lleguen greñudos, con el pelo pintado, tatuados, mugrosos o como les dé la gana. Porque de no aceptarlos se estarían discriminando. Al diablo los reglamentos, los códigos de ética y las normas.


Por otro lado, un diputadete local de esos improvisados, improductivos y con serios problemas en sus preferencias, se atreve a proponer que los uniformes de niñas y niños no deben diferenciarse. Tratando de promover sus aberrantes desviaciones.


Los maestros, restringidos para imponer disciplina, porque corren el riesgo de ser señalados de abusos. Aquí un breve relato: Resulta que un profesor de primaria un día notó que una alumna presentaba moretones en hombros y cuello. Como lo marca el protocolo, reportó este hecho a la Dirección, donde se investigó y se determinó que dicha niña era golpeada. El problema posterior es que después, el profesor fue víctima de amenazas de muerte por parte del golpeador, su casa agredida y largos y tediosos procesos judiciales. Si hubiera sido omiso, malo, la niña seguiría siendo golpeada. No fue omiso, peor, fue amenazado de muerte. Así de sometido está el magisterio. Hasta los abrazos se pueden malinterpretar o sacar a un alumno del salón por latoso. Y los sindicatos magisteriales, alguna vez poderosos, hoy reducidos a poco, no hacen nada por proteger a sus agremiados.


Al quitarles autoridad a los maestros, se acabó la escuela que, con férrea disciplina, pero con respeto, formaba y educaba a hombres y mujeres de bien, productivos para la sociedad. La escuela que despertaba las ilusiones y sueños de ser profesionistas: médicos, ingenieros, abogados, etc., y no youtubers, tiktokers, influencers, ignorantes, improductivos y propensos a la manipulación.


El desarrollo del país depende de la cultura, educación y preparación de sus ciudadanos. Pero pareciera que hoy se privilegia la ignorancia, la violencia y la anarquía. Basta ver los cambios de titulares en tan importante dependencia.





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