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"El futuro no nos hace. Somos nosotros quienes nos rehacemos en la lucha para hacerlo" [Paulo Freire, Cartas pedagógicas]"... “La peor de las actitudes es la indiferencia, al decir 'yo no puedo hacer nada’ o ‘a mí no me interesa’. Al comportaros así, perdéis uno de los componentes esenciales que hacen al ser humano: la capacidad de indignarse y el compromiso que nace de ello" [Stéphane Hessel, (Indignez-vous)]
Luego de observar detenidamente y analizar con diversos actores y grupos, llegamos a la conclusión de que uno de los grandes problemas de la sociedad, que permite que las cosas no se hagan debidamente, es la indiferencia de los ciudadanos. O dicho de otra forma, la pasividad social o la omisión ante problemas.
Aceptar todo lo que nos impongan los gobiernos, aceptar las medidas que tomen, las acciones, aunque rompan la armonía social. Nos podemos percatar que la desidia y la indiferencia prevalecen en nuestra sociedad, como una delicada enfermedad, sin síntomas, pero con graves consecuencias.
Ejemplos hay muchos cercanos: nos quita la feria y nadie protesta; imponen candidatos y todos callados; se reeligen dirigencias y todos agachados; funcionarios sin perfiles y nadie se opone; destruyen instituciones y nadie se queja… todos de brazos cruzados, total indiferencia. Nos volteamos para otro lado, dejamos que pase. Ojalá no lo lamentemos a mediano plazo.
Sobre la desidia se dice: “siendo la problemática que nos rodea demasiado pesada como para atenderlas o modificarlas, nos defendemos con la pasividad y desinterés”. O sea, que abandonamos y nos damos por vencidos.
Voltear la cara embargados de impotencia ante una realidad social que consideramos incontrolable, superior a nuestras fuerzas -y a nuestra democracia-, es una práctica que prevalece hoy en la ciudadanía. Atrapada por un imperio político que actúa por encima de la ley y de las instituciones, se opta por dejarlo hacer.
Se justifica que la cosa pudiera ser peor; que otros fueron más malos; que a éstos nadie les gana; que el de ahora roba menos. Explican la desidia y la indiferencia dejándole “cancha libre” a esa horda política que gobierna decidida a lo que sea para perpetuarse en el poder y destrozar instituciones que mucho costó construirlas. La dejadez es un regalo valioso que se da a los poderes desenfrenados.
La sociedad permite todo, la indiferencia les conviene y está dispuesta a “dejar hacer” mientras sigan beneficiándose con migajas entregadas a través de los programas sociales. Este fenómeno es universal y harto descrito desde que el hombre existe. Al promoverlos, negligentes, nos convertimos en cómplices.
Revisando la historia universal, son innumerables los momentos donde la desidia de la población y la indiferencia acomodaticia coinciden, sin proponérselo, en mantener el estatus quo político. Demasiado perjuicio hay en esta práctica.
La apatía supone un estado donde la motivación parece haber abandonado el cuerpo y se ha abrazado a la indiferencia o al desgano, o falta de interés, o despreocupación por “hacer algo” en lugar de quedarse de brazos cruzados. Es cultural y es lamentable. Debemos ser más participativos y activos.
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