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EDITORIAL

El próximo 28 de agosto, celebramos, como todos los años, el Día del Adulto Mayor o el Día del Abuelo. Todos tenemos un adulto mayor en la familia, y es una fortuna tenerlos. Ellos son el legado histórico de todos; el pasado contado, vivido y asumido por ellos. Son fuente irremplazable de información.

 

Su conocimiento les da la posibilidad a las nuevas generaciones de no repetir la historia y de poder escribir una nueva, basada en la experiencia, en creativas y diferentes maneras de gestionar el presente y futuro de la sociedad.

 

Sin embargo, sociedades como la nuestra, en ocasiones, no valoran ese legado y tienden a apartar a los adultos mayores, a verlos como ciudadanos de segunda clase que, en el mejor de los casos, terminan sus días como cuidadores de los nietos. A propósito del Día del Adulto Mayor o del Abuelo, vale la pena hacer esta reflexión.

 

En las culturas primitivas las personas mayores eran las que garantizaban la transmisión del saber y difundían las experiencias del pasado, representando la sabiduría. Esto hacía que les fueran atribuidas condiciones sobrenaturales o mágicas. En las tribus y los clanes, la autoridad pasaba por el jefe de familia, el patriarca y/o la matriarca, que era designado en forma automática, por representar el tronco o la base familiar.

 

En nuestro país se evidencian prejuicios, estereotipos y mitos respecto a la adultez; acciones que afectan a las personas mayores como producto de una construcción social que los condiciona, en términos de ser descontinuados o desactualizados.

 

En algunos casos, a las personas mayores se les ve como una imagen negativa al asociar esta etapa con incapacidad, lo cual genera que inmediatamente sean considerados como una carga o llenos de padecimientos. Además, en ocasiones se les considera carentes de autonomía, con dificultades para aprender, improductivos, aislados socialmente e inflexibles. Basta darse una vuelta por los asilos.

 

Este importante sector de la sociedad tiene mucho que ofrecer a pesar de ese molde denominado edad, siguen produciendo, ofrendando y en muchos casos son más productivos que algunos de los llamados “jóvenes”. Sin embargo, el peso socio-cultural de este prejuicio es muy fuerte.

 

Aunque algunos enfrentan limitaciones, el apoyo familiar es fundamental para comprender sus padecimientos o achaques derivados de la edad y poder brindarles una mejor calidad de vida. Mucho son todavía sanos y fuertes. Algunos, antes, estaban en el olvido, pero el gobierno federal ha elevado a rango constitucional la pensión que les permite subsistir. Para muchos es el único sustento.

 

A los abuelos los debemos reconocer como un capital humano invaluable, sobre todo aquellos que gozan de sus facultades y aun son muy activos. Se deben valorar sus habilidades, destrezas, competencias y experiencia, dándoles el espacio para el desenvolvimiento. Son maestros de la vida.

 

Los sabios mayores son merecedores de autonomía, participación y libertad. Ellos merecen nuestro amor, reconocimiento, cariño y respeto. ¡Muchas Felicidades…!



 

 

 

 

 

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