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EDITORIAL

Mucho se dice y se escribe respecto a la fiesta de los muertos que estamos por celebrar el próximo lunes y martes, 1 y 2 de noviembre. Pero sin duda que es una de las celebraciones más significativas y bellas en nuestra cultura nacional, ya que se ha enriquecido por diversas variantes. El entusiasmo que se percibe desde mucho tiempo antes, es muestra de lo arraigado que está en nuestra herencia.


En el Día de Muertos, según la tradición, los seres queridos que han fallecido regresan para estar con sus parientes y nutrirse de las ofrendas puestas en su honor. Para los vivos es una oportunidad de recogimiento y de reflexión sobre la muerte. En esta celebración de Día de Muertos, la muerte no representa una ausencia sino a una presencia viva; la muerte es un símbolo de la vida que se materializa en el altar ofrecido. En este sentido se trata de una celebración que conlleva una gran trascendencia popular ya que comprende diversos significados, desde filosóficos hasta materiales.

Su origen se ubica en la armonía entre la celebración de los rituales religiosos católicos traídos por los españoles y la conmemoración del día de muertos que los indígenas realizaban desde los tiempos prehispánicos y que trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano, la cual coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo alimentario del país.


La celebración del Día de Muertos se lleva a cabo los días 1 y 2 de noviembre ya que esta se divide en categorías: de acuerdo con el calendario católico, el 1 de noviembre corresponde a Todos los Santos, día dedicado en nuestras costumbres, a los “muertos chiquitos” o niños, y el día 2 de noviembre a los Fieles Difuntos, es decir, a los adultos. Ya por usos y costumbres, de acuerdo a la creencia popular, desde el 28 empiezan a llegar los que murieron en diversas situaciones.


Cada año muchas familias colocan ofrendas y altares decorados con flores de cempasúchil, papel picado, fruta, calaveritas de azúcar, pan de muerto, mole o algún platillo que le gustaba a sus familiares a quien va dedicada la ofrenda, y al igual que en tiempos prehispánicos, se coloca incienso para aromatizar el lugar. En nuestra zona es común la rama tinaja, algunas imágenes de santos y fotos.


La tradición también indica que, para facilitar el retorno de las almas a la tierra, se deben esparcir pétalos de flores de cempasúchil y colocar velas trazando el camino que van a recorrer para que estas almas no se pierdan y lleguen a su destino.

Asimismo, las festividades incluyen visitar los panteones y adornar las tumbas con flores, lo que en épocas indígenas tenía un gran significado porque se pensaba que ayudaba a conducir a las ánimas a transitar por un buen camino tras la muerte. Esta costumbre se ha visto afectada por la pandemia.


Por todo eso y más, el Día de Muertos se celebra en todo México, teniendo algunas variantes dependiendo la región o el estado. Cabe recordar que la festividad es considerada por la UNESCO como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad; además, es un símbolo de la identidad nacional para los mexicanos.


Disfrutemos de estas bellas tradiciones, recordemos con cariño a nuestros seres queridos que ya están en otro plano, vivámoslas en familia, y tratemos de conservarlas para que no se pierdan.













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