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Filosofía clásica

Por Miguel Mora


La Filosofía en la guerra


Ningún concepto es estático, y el de la guerra lo es menos todavía. Para Gastón Bouthoul era un tipo de fenómeno social; para Karl von Clausewitz, la continuación de la política por otros medios, y para Paneblanco, la institución del sistema político internacional. A la guerra los griegos la presentaban en toda su extensión y crueldad. No trataban de justificarla o darle fundamento, pues la vida y los dioses no siempre son justos. Incluso los héroes de la guerra de Troya, presentados en la Ilíada de Homero, eran injustos. Eran personas viles y orgullosas que encontraban en la guerra y en la muerte, gloria y reconocimiento. Los conceptos requieren de límites para poder ser aplicados con exactitud a la realidad y a las circunstancias que nos rodean. La guerra va más allá de lo militar y de la violencia física. Ni siquiera es capaz de cubrir “todos los fenómenos de violencia organizada posibles, y ni siquiera alcanza a definir la naturaleza de la rivalidad” (Aznar, 2015) y es por esto que debemos adentrarnos en ella. La guerra es en sí misma cambio, improvisación, incertidumbre, superación y oportunidad. Razones suficientes para que se puedan desarrollar numerosas concepciones y acepciones que van desde lo político a lo ético, desde la práctica moral hasta la lucha armada. Sin embargo, pocas veces ha sido un motivo de reflexión y preocupación filosóficas hasta ahora. La perspectiva filosófica de la guerra siempre ha quedado atrás frente a la crónica bélica, más preocupada por su desarrollo, tácticas, estrategias, consecuencias históricas, innovaciones, etc., que por su naturaleza, fondo y estructuras. La filosofía de la guerra solo tiene un objetivo: unir en un punto común la guerra y el hombre. ¿Cuáles son los orígenes de la guerra y dónde se encuentran? La posibilidad de que surja la guerra, ya sea interna o externa, se debe a las percepciones (afectos, pasiones y consideraciones), a los instintos de poder y al miedo. Las percepciones siempre están presentes, en mayor o menor medida, en todo individuo o


colectividad; pero es el instinto de poder, que implica el uso de la razón de poder como motor de la política y toma de decisiones, el que nos puede llevar a la guerra en mayor medida. Entonces ¿dónde queda el miedo? Al igual que en todo procedimiento social, en la guerra, el miedo se encuentra en estado latente, es decir, ni aparece ni se manifiesta, no se ve, pero existe. La guerra y conflicto armado requieren de al menos dos enfrentados entre sí, que generalmente son siempre Estados o colectivos con la voluntad de configurarse en / dotarse de / construir un/parecerse a / arrebatar un Estado. Los orígenes de la guerra pueden encontrarse, como se ha dicho, en las percepciones, los instintos de poder y el miedo, pero también se encuentra en las tres condiciones más básicas del ser humano: la humana (biología, psicología, religión, cultura….), la social (aspiraciones, motivaciones, objetivos, etc. de un colectivo organizado) y la internacional (constituida por la pluralidad de grupos, los cuales están enfrentados o incluso hermanados). Ninguna de estas condiciones es independiente de las demás, siempre van unidas. Estas son las consideraciones principales y más básicas que se pueden extraer de toda guerra que, a pesar de que atiendan a distintos aspectos de un conflicto, comparten la búsqueda de un otro, al que necesitan y tratan de identificar y definir. Enfrentarse a ese otro implica plantearse la manera o la actitud de enfrentarse con él, planteando así la duda de si el otro es mi amigo o mi enemigo, y la necesidad de descubrir o de definir a ese otro en función de estas categorías.



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