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Por si no lo sabías - Por Valente Salazar Díaz

¿Qué es el Hombre en la Posmodernidad?



Para la Modernidad el Hombre se llegó a considerar como el centro del Ser, esto es, como el único ente vivo que podía darse cuenta de su propia existencia y comprender al Mundo a través de ella. La figura de la humanidad como una creatura de Dios totalmente supeditada a su voluntad, que se estableció durante la Antigüedad había cambiado con las ideas de los primeros grandes renacentistas para dar lugar al Hombre en comunión con Dios. Este nuevo concepto de lo humano se afianzó en la Europa de los siglos quince y dieciséis, y habría de verse reflejado en todos los campos del arte y de la literatura. Tal es el caso del Discurso sobre la dignidad humana de Pico Della Mirandola, o el Moisés y el David de Miguel Ángel Buonarroti, o bien los magníficos estudios anatómicos que Leonardo da Vinci realizó para dar dimensión a pinturas como La madonna de la rueca.


La idea de un Universo creado para el Hombre trajo así a la Modernidad la figura de un ser para el cual habría sido creado el Universo entero, y por lo tanto estaba a su disposición para utilizarlo en su beneficio. Sólo a través de lo humano se podía entender el mundo y transformarlo.


Ya desde el siglo XVIII se empezaba a poner en entredicho la idea de que los soberanos absolutos eran “designados” por Dios y por lo tanto su autoridad era incuestionable. Con el surgimiento de la revolución francesa en 1789, la cual provocó que los resentimientos de un pueblo sumido en la miseria lo llevaran a realizar una sangrienta persecución contra la realeza y la Iglesia Católica, el viejo orden social parecía desaparecer, pero una mirada de cerca a esta revuelta social nos demuestra que en el fondo prevaleció la filosofía del Hombre con Dios, pues en la realidad se trató de formar una especie de religión civil sustituta con la Razón como nueva deidad, con rituales populares a manera de “misas” y jóvenes mujeres representando a la Diosa Razón. Diez años más tarde un joven cabo llamado Napoleón Bonaparte, revolucionario de origen, se convertiría por sus méritos militares y su ambición política en Emperador de Francia y los territorios conquistados, volviendo así al sistema del gobernante absoluto, aunque estableciendo un código civil que aún hoy es la base de muchas constituciones y estableciendo la tolerancia religiosa. En cierto modo, a pesar de aquellos grandes cambios que transformaron al mundo político y social, la idea del Hombre como centro del Ser prevaleció, avalada ahora por su propia racionalidad y ya no por la esencia de lo divino.


Esta idea del lugar privilegiado de la humanidad se pondría en cuestión claramente por primera vez durante el siglo XIX, con la aparición de la obra del naturalista inglés Charles Robert Darwin, quien probablemente fue el científico que más ha influido en la filosofía de todas las ciencias con su famosa Teoría de la Evolución expuesta en su libro, publicado en 1859, El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, en el cual exponía una teoría científica para explicar la diversidad del mundo viviente opuesta al creacionismo religioso que imperaba en su época según el cual la vida habría aparecido sobre el planeta exactamente de acuerdo a la narración bíblica del Génesis, y la humanidad entera sería descendiente del primer hombre creado por Dios para gobernar sobre la Tierra y su compañera: Adán y Eva.


Aunque esta primera obra fue acogida favorablemente por la comunidad científica y los lectores de ese tiempo fue la aparición de su segundo libro, El origen del Hombre, en 1871 la que provocó un gran revuelo pues en esta obra Darwin abordaba el origen del ser humano como el resultado de un proceso evolutivo en una rama del reino animal, la de los primates, y proponía la teoría de un ancestro común para el hombre y los primates cercanos a él, como los chimpancés y gorilas. Con esto se desmitificaba la idea de un Hombre superior en la escala de lo viviente y poseedor del mundo para darnos a conocer a un ser biológico que, por las fuerzas naturales de la selección y la sobrevivencia del más apto, se había destacado por el desarrollo de su intelecto pero seguía siendo finalmente un animal racional.


Aunque actualmente el evolucionismo darwiniano es aceptado como verdad científica y forma parte de la instrucción elemental en las escuelas, en su tiempo podríamos definir su efecto como un desencanto de la sociedad hacia aquella figura privilegiada de lo humano. Pero de los efectos que esto ha traído a la hoy llamada posmodernidad discutiremos en la próxima edición de esta columna. Me despido hasta entonces deseándoles un buen fin de semana.



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