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Por si no lo sabías - Por Valente Salazar Díaz


¿Qué Filosofía se necesita hoy? Nuevos Valores (III)


Hemos hablado anteriormente sobre la necesidad de realizar una revisión ética del sistema de valores que actualmente se imponen a la sociedad, pero que en ocasiones parecen ser insuficientes y hasta equívocos para afrontar los cambios del mundo contemporáneo.


En este sentido, podemos ver cómo cada vez más personas se adhieren a “valores” que se muestran más como modas, como la famosa “inclusión”, el “lenguaje incluyente”, el “lenguaje políticamente correcto”, la “perspectiva de género” e incluso hasta de los “derechos de los animales”, mientras que otros señalan la improcedencia de estas propuestas que, al no tener una base filosófica real, suelen caer en actitudes francamente improcedentes o llegar incluso a la confrontación agresiva contra quien no las comparte.


Urge pues, rescatar la esencia de los valores trascendentales, como la Justicia, la Libertad y la Igualdad entre otros y adaptar éstos a los cambios que hoy vemos surgir como resultado de la globalización, el avance tecnológico y el cambio ambiental, que presenta ya efectos muy preocupantes para el futuro de la Humanidad. En este último aspecto podríamos ponderar la necesidad de estructurar una nueva dimensión de valores que nos lleven a corregir los errores del pasado:


Los valores ambientales.


A partir del siglo XVIII el mundo entró en un proceso de cambio que habría de transformar por completo la vida de la Humanidad. Este proceso se conoce como la Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra y que pronto se extendería al resto del mundo. El surgimiento de las máquinas de vapor industriales y el ferrocarril provocaron en consecuencia el paso de las formas de vida tradicionales basadas en la agricultura, la ganadería y la producción artesanal a otras fundamentadas en la producción industrial y la mecanización. En consecuencia la forma de vida rural fue abandonada por grandes masas de gente que migraron en busca de trabajo a las ciudades, lo cual provocó el crecimiento urbano y el surgimiento de una nueva clase social: la clase obrera. Por primera vez en la historia la gente viajó sin usar la fuerza animal como animales de tiro, gracias al tendido de las vías ferroviarias que sirvieron también para transportar materia prima a las nacientes zonas industriales. Asimismo, la navegación a vela fue transformada por la introducción de nuevas embarcaciones que incorporaron motores a vapor.


Al llegar el siglo XIX los combustibles fósiles del petróleo se fueron imponiendo al ritmo en que la industria crecía cada vez más, las grandes ciudades europeas tenían por esos tiempos iluminación pública alumbrada pos gas. Y finalmente, al despuntar el siglo XX, el desarrollo de la industria automotriz con base en el motor de combustión interna habría de convertirse en el principal medio de transportación y establecería la imagen del mundo que aun hoy conocemos.


La industrialización de la sociedad contemporánea trajo grandes avances económicos y sociales indudablemente, pero también poco a poco deterioró el ambiente en prácticamente todo el planeta. El costo del avance tecnológico ha sido la destrucción de los grandes ecosistemas que antes fueran tierras vírgenes en pro de la minería, la tala y la extracción de petróleo.


Actualmente se empiezan a padecer los efectos de este modo de vida, principalmente en la desaparición de cientos de especies vegetales y animales, el agotamiento de las fuentes de agua para consumo humano y el sobrecalentamiento global de la atmósfera. La ola cálida inusual que hoy agobia a Europa y África, y que ha llevado a la Comunidad Europea a “prender focos rojos” por los riesgos a la salud implicados, es sólo una de las muchas señales que nos da la naturaleza sobre el peligro que se avecina si no se toman de inmediato medidas de remediación y contención en todo el orbe.


Así pues, debemos valorar a la naturaleza y sus recursos como la fuente de alimento, agua, aire y bienestar de la cual dependemos, esto significa repensar la famosa expresión de la “relación Hombre-Naturaleza”y comprender que nosotros somos a fin de cuentas parte de esa Naturaleza y no un ser extraño a ella, que puede explotarla a su gusto sin pagar un alto precio.


Es ya una necesidad fomentar en las futuras generaciones el respeto por la flora y la fauna, el cuidado de las fuentes de agua, el valor de los cultivos que nos dan alimento y medidas como el reciclaje, el re-uso y la contención de los desechos tóxicos antes de que lleguen al ambiente.


Esto, que ya se ha comenzado a fomentar incluso por las grandes automotrices que se han comprometido a desplazar la producción de vehículos de combustión interna por eléctricos o híbridos, es lo que ahora debemos considerar como nuestros nuevos valores.

De no actuar ahora las consecuencias serían tan graves que no es exagerado decir que pondrían en riesgo la existencia misma de la Humanidad.








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