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REFLEXIONES - Por Héctor Hernández Parra

La generación de Hierro.-



Así la recordaremos, como una generación de la cual somos producto, todo un grupo de población que nos engendró, nos cuidó, nos alimentó, con gran compromiso nos proporcionó educación y formación humana.


Sin más herramientas que el cariño, el amor, los altísimos valores y el sentido de protección, nuestros padres, nuestras abuelas y demás parientes incidieron en nuestra formación. Para alcanzar los objetivos de levantar desde los primeros pasos a un grupo de chiquillas y chiquillos, nacidos por la buena o por la mala, tuvimos la fortuna de crecer en un ambiente plagado de mitos, de creencias, de severidad, de dureza, ingredientes necesarios para hacernos comprender que la responsabilidad será una compañera fiel en el transcurso de nuestra existencia.


Dicen que la vida es corta, cuestión de enfoques, parece que, al llegar a la adolescencia, nuestra existencia se desarrolla con una velocidad asombrosa. Percibimos nuestros primeros años con lentitud desesperante, las etapas se darán con nuestros progresos, los valoramos con el desarrollo de nuestras capacidades para perfeccionar movimientos, equilibrio, auto control en nuestro cuerpo y activar gradualmente nuestras mentes.


Pronto llegará el desarrollo acelerado, el aprendizaje de nuestro código de comunicación y el crecimiento de nuestros sentidos, la comunicación y la maduración de nuestros sentimientos, posteriormente llegará el acceso a la etapa social en las instituciones educativas.


Paralelamente, el proceso social doméstico, las relaciones familiares; en la etapa doméstica ingresaremos al vínculo del amor en casa, la sensación de que al padecer carencias se nos preparaba a una forma de vida orientada a la superación, las lecciones de superación de la pobreza contenían un ingrediente de cariño, en la medida de las posibilidades de nuestros padres o nuestros abuelos, teníamos la vida inicial sin mayores preocupaciones. Casi todos tuvimos la fortuna de ser formados por nuestros parientes más cercanos en un ambiente de unión familiar conviviendo con hermanas, hermanos, primos tíos, vecinos.


Con el crecimiento integral, vamos dando el valor a quienes nos acompañan en la vida, las figuras que marcan nuestros sentimientos, el mejor amigo, los cómplices de travesuras, nuestros maestros y aquellos que nuestro entorno laboral nos obliga a tratar. Pocas veces tenemos la oportunidad para agradecer con sinceridad a tantas personas que dejan honda huella en nuestra existencia. En cambio, cargamos pesados recuerdos que nos hacen sufrir, aquel maestro que nos humilló en clase, al compañero que nos arrebató a un viejo amor, algún pariente que no toleraba nuestra existencia. Estamos invitados a permutar las heridas en el corazón por lecciones de vida.


En días pasados por efectos de la naturaleza o circunstancias sanitarias o por el fenómeno poblacional de la migración, muchas familias han perdido la tranquilidad, la salud, sus bienes, sus pertenencias. La desesperación y el hambre se acercan para acompañarnos repentinamente. La necesidad y la gente damnificada existen en nuestro Pueblo Mágico.


La sensibilidad aprendida en nuestros primeros años, será un instrumento para solidarizarnos con quienes lo han perdido todo.


Correo electrónico hectorhernandezparra77@gmail.com












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