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REFLEXIONES - Héctor Hernández Parra


El beato Darío Acosta Zurita, joven veracruzano, víctima de una acción colateral que enfrentó a la Iglesia y al Gobierno del Estado en Veracruz.


Un joven sacerdote de solo 23 años nacido en la exuberante y pintoresca ciudad de Naolinco, Veracruz, se encontraba en el interior de la actual catedral en la ciudad de Veracruz, su actividad que le costó la vida fue una reunión con niños donde les impartía el catecismo cuando fue acribillado por tres esbirros del gobernador Adalberto Tejeda. El presbítero tenía dos meses de su ordenación sacerdotal, y fue asignado vicario de la parroquia de La Asunción, un ministerio muy breve, el trágico suceso ocurrió el 26 de julio de 1931.


Nacido en un hogar humilde el 14 de diciembre de 1908. Sus padres Leopoldo Acosta y Dominga Zurita. En la parroquia de San Mateo recibió el agua bautismal el 23 de diciembre, la confirmación la obtuvo en su tierra natal de manos del obispo Rafael Guízar y Valencia.


En 1926 el presidente Plutarco Elías Calles promulgó la famosa Ley Calles, que permitía expulsar a los sacerdotes extranjeros, la prohibición de celebrar misas en los templos, y evitar que sacerdotes y religiosas intervinieran impartiendo clases en escuelas. En Coatepec existió una pequeña escuelita en la calle de Jiménez del Campillo frente al templo del Sagrado Corazón de Jesús, sorpresivamente fue cerrada y las religiosas que atendían ese centro educativo abandonaron México.


En las escuelas oficiales se integraron células de hostigamiento religioso llamadas Ligas infantiles Anticlericales, con acciones persecutorias a fin de decomisar medallitas con imágenes religiosas y esculcar las pertenencias infantiles para que estampas o pequeños crucifijos sirvieran de pruebas para detectar, de alguna forma, y vigilar a las familias en sus actividades religiosas.


En nuestro Coatepec en la calle de 5 de mayo, justo en la casa de don Joaquín Sánchez, jefe político, se encontraba un oratorio, ahí llegaba el obispo Guízar y Valencia a celebrar misas clandestinas, a realizar sacramentos e incluso a ordenar a los sacerdotes Lehonor Arrollo y Carlos Valiente, en la penumbra del anonimato.


La conducta oficialista y contradictoria de Joaquín Sánchez, se caracterizó por ser servil al porfiriato al perseguir jóvenes para llevarlos al Valle Nacional Oaxaca, conocido como El Tabacal para escarmiento a los opositores ideológicos del vetusto mandatario, con su uniforme ataviado de condecoraciones y grandes bigotes.


Con todo el poder, se había convertido en una piltrafa humana, siempre opacado por la imagen de su paisano nacido en Guelatao, Oaxaca.


La figura del Sagrado Corazón de Jesús en el cerro de las Culebras representó en su momento un punto clave para montar, desde el pedestal que sostenía la sagrada imagen, una ametralladora a fin de mantener un combate entre facciones revolucionarias.


La razón de recordar nuestra historia local es la de insistir que en nuestra tierra la violación a los derechos humanos era ya cosa de la cotidianidad. El crimen en el interior de un templo, el hostigamiento a nuestras creencias sigue acompañándonos. Por lo menos en la memoria histórica.


Una oportunidad para recordar una etapa de nuestra historia local y valorar la conducta de derechos humanos desde el autoritarismo.



Correo electrónico: aries02hp@gmail.com




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